Runner es una película que se vive más que se ve: 87 minutos de ansiedad casi continua, cámara en movimiento y respiración contenida. El mayor acierto está en su protagonista, con una actuación física y emocional impresionante que sostiene todo el peso del relato y transmite agotamiento, amor y desesperación sin necesidad de explicaciones. El enfoque es honesto y coherente con lo que quiere contar, aunque la fórmula termina resultando algo repetitiva y la intensidad constante acaba jugando en su contra. Impacta, se recuerda, pero deja la sensación de que podría haber afinado más su recorrido. Nota: 6/10