Es la enésima vez que la veo a lo largo de los años, quizás media docena de veces entera, más de una docena parcialmente, pues es una película que las cadenas prácticamente programan todos los años por las fiestas navideñas, y siempre, siempre, me arrancan una lagrimita y me reconcilian con la sociedad.
Es la historia de George Bailey, un joven filántropo que a través de su Compañía de empréstitos, que heredó de su padre, ayuda a sus conciudadanos para mejorar sus vidas y prestarles el dinero que necesita para ello, Sin embargo, lo mismo que sustituyó a su padre heredando un negocio casi ruinoso, también heredó al rico del pueblo, un hombre ruín y sin conciencia que sólo vive de su codicia y de atesorar el dinero, que se alimenta del odio y el miedo de sus congéneres, soberbiamente interpretado por Lionel Barrymore.
Frank Capra nos regala una lección de vida, el bien y el mal pero visto desde una perspectiva cotidiana, de la vida de las gentes, sus alegrías y sus tristezas, la bondad y la maldad, la vida y la muerte. Y además nos la muestra a través de un espejo para que nos veamos reflejados en la historia, como si el espectador fuera participe de ella, con pequeños detalles como estrechar las manos siempre con la izquierda y viendo todos los títulos y carteles al revés, hasta los de crédito.
Excelente en todo, obtuvo cinco nominaciones a los Oscar, entre ellas mejor película, director y actor principal, no obteniendo ninguna de ellas a pesar de ser una de las mejores películas de la historia, de su director y con una magistral interpretación de James Stewart junto a una dulce Donna Reed en el papel de su esposa.
Y el toque sutil del ángel de la guarda, Clarence, haciendo méritos para obtener sus alas, demostrando al atribulado George la importancia de la vida, de cualquier vida, y de la huella que dejamos en otras personas tras nuestro paso por la misma.
Una verdadera obra maestra. Matrícula de honor, y a favoritas.