Soberbia epopeya enmarcada en la América colonial donde franceses e ingleses se disputaban su dominio, con los pueblos indígenas alineándose a favor de unos u otros, dependiendo de las promesas y los obsequios que unos y otros se afanaban en otorgar a cambio de su lealtad y de su apoyo en la guerra.
He de decir que la primera vez que tuve conocimiento de esta novela fue a través de un cómics que cayó en mis manos, como cientos de otros, pero su originalidad y su excelente grafismo, además de la historia brillantemente contada, hicieron mella en mí y en mis recuerdos.
Michael Mann consigue una excelsa adaptación de aquella novela para narrarnos con muchísimo ritmo aquellas luchas coloniales por el territorio entre las dos potencias europeas, todo ello enmarcado e ilustrado por una legendaria banda sonora original de todos conocida y tarareada hasta la saciedad, que consiguió un Oscar. Mann consigue una vigorosa obra donde toca todo los puntos, romanticismo sin ser empalagoso, épicas batallas sin desentonar con los medios con los que contaban ambos ejércitos en aquélla época, indígenas salvajes sedientos de sangre y otros muy civilizados conviviendo con ellos en el mismo momento y siempre fieles a sus costumbres y su amor a la naturaleza, mientras la banda sonora acompaña siempre, sin alardes, pero sin pausa.
Y llega el desenlace, donde no existen los diálogos, sólo las miradas de los actores que expresan sus estados de ánimo, desde la sorpresa al amor, desde el dolor a la agonía, desde la serenidad a la venganza, todo enmarcado en el silencio con la rotundidad de las imágenes que se suceden sin un diálogo, sin un grito, sólo el espectador, las imágenes y la banda sonora, en esa inmensidad de naturaleza y belleza que salpica una y otra vez las escenas. Una verdadera obra de arte, quizás poco apreciada por el gran público.
Matrícula de honor, 10.